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CON FLORES A MARÍA dieron el regreso a su ciudad, y, al concluir la jornada del primer día, echaron de ver que se había perdido el Niño. ¿ Quién podría decir todos los lamentos que en aquellos tres interminables días brotaron de su purísima alma? No hubo persona a quien no pregun– tara, ni puerta donde no llamara; pero nadie pudo calmar su pena. Solamente cuando Dios lo juzgó conveniente, terminó la prue– ba, y la Santa Virgen volvió a encontrar a su Jesús. Volvería a ser feliz, volvería a gozar de la vista de su Hijo; pero la vida acababa de enseñarle mucho, y es, que no puede vivir descuidada; el dolor está en acecho y la sor– prenderá cuando menos lo espera. La espada profética se ha clavado más hondo en su corazón virginal. Meditemos brevemente en la desolación de la Virgen al faltarle su Hijo, y pidamos la gracia que deseemos conseguir. Para mejor obtenerla, le dirigiremo s lds siguien– tes deprecaciones y Avemarías, como en la pág . 16. JACULATORIA j Oh, Virgen!, que sabes lo amargo de perder a Jesús, concédeme la gracia de que yo no lo pierda jamás.

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