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CON FLORES A MARÍA 89 ven fantasea y se forja sueños de bienestar y de gloria. Sólo más tarde abandona uno sus ilu– siones, aleccionado por las duras lecciones de la vida y por crueles desengaños. F.l pan del dolor y el agua de las lágrimas en la vida de la Virgen no se hicieron esperar. Bien joven era cuando tomaron posesión de su corazón. En una mañana alegre de febrero lleva a su Hijo divino al Templo, para ofrecerlo a Dios, y allí mismo se realiza el misterio de sus dolores. Llevado por el Espíritu Santo, el ancia– no Simeón , sube, gozoso, al Templo, con un presentimiento cada vez más marcado dl que aquel día iban a suceder grandes cosas. Sin duda alguna. Era lo que tanto venía pidiendo a Dios, y lo que el mismo Dios le había prometido: que no moriría sin ver al Salvador de Israel. · Por eso, cuando lo vió llegar al Templo, radiante de gozo, entonó un cántico precio– so, diciéndole a Dios que ahora ya moriría en paz. Tuvo también unas palabras para la Madre del Divino Infante, con las que profetiza su penosa misión, pues le dice: "Una espada de dolor traspasará tu alma".
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