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80 DÍA 16 dre ha y muchas mansiones" . El grado de fervor con que le hemos servido en esta vida, la pureza de •intención con que hemos eje– cutado nuestras buenas obras, la paciencia en soportar los defectos ajenos y contrarie– dades del vivir de cada día, son otras tan– tas fuentes de mérito, y, por consiguiente, de gloria. Recapacitemos sobre estos puntos y ve– remos el excelso trono de gloria a donde ha sido levantada nuestra Madre Purísima. ¿ Quién como ella de ferviente? Su corazón estaba tan inflamado en el amor divino, que ni de noche cesaba en tan santo ejerci– cio, de modo que, en sentir de los Padres de la Iglesia, se le podían aplicar perfecta– mente las palabras de la esposa de los Can– tares: "Yo duermo, pero mi corazón vela". ¿Quién tuvo jamás una mira tan eleva– da en sus obras virtuosas? Ni una sola obra por fines egoístas; siempre buscaba la gloria de su Hijo. ¿ Quién como ella de paciente en la ad– versidad? Ni una queja, ni un movimiento de disgusto o impaciencia en su larga vida de acerbos dolores. Por eso mereció, y Dios le otorgó, un trono, más alto que el cual, sólo se encuen– tra el del mismo Dios.
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