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DÍA 28 ción. En él se ventila el destino final y deci– sivo de los mortales; por eso, si es verdad, y bien consoladora por cierto, que . entonces, el ángel bueno extrema sus diligencias para salvarnos, es igualmente cierto que el espí– ritu del mal hace uso de todas sus malas artes para perdernos. Quiérese decir que a la hora de la muerte y en torno al alma que va a de– jar este mundo miserable, se libra una bata– lla descomunal. Si es que no pierde el uso de los sentidos, es muy natural que el moribundo se dé cuen– ta de todo: de los cuidados de su ángel cus– todio, lo primero; pero también de los des– esperados ataques de Satán. Y como ve la posibilidad de caer y reconoce a la claridad de la candela mortuoria, que en aquel mo– mento todo es trascendental, definitivo, esta terrible contingencia de salvarse o perderse, le aterra y tiene su espíritu en una tensión que le martiriza. En un instante tan grave y penoso, no era de presumir que la Virgen abandonara a sus devotos, y mucho menos si tenemos en cuenta que cada alma supone, por su res– ca te, la sangre preciosísima tan abundante como dolorosamente vertida por Jesús. Por eso opinan los santos, entre ellos San Bue– naventura , que en el trance de muerte
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