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o CON FLORES A MARÍA lü!J que, con verdadero fervor, había probado de hacerlo en repetidas ocasiones. Pero aho– ra estaba dispuesto a conseguirlo a todo trance, y empeñó en ello a la Virgen Ma– ría. Deseando que se resolviera de una vez a creer en la religión de Jesucristo, se llegó decididamente a la mora y dijo: - ¿ Qué harías tú si María Santísima te mandase por sí misma lo que yo te mando? Al principio, nada más que se sonreía, pues juzgaba imposible que la Virgen hi– ciera esto; pero, al fin , respondió: - j Oh ! Si ella me lo pidiese, obedecería. - Bien - dijo él;- ; estamos a sal- vo -· - , y se fué. Llegado al convento, se tiró a los pies de la Virgen y, con oraciones, lágrimas y suspiros pidió a María no dejara de ilumi– nar a aquella pobrecita alma. La Virgen Santísima escuchó al punto las súplicas de su fiel servidor. En tanto que Fr. Bernardi– no perseveraba en oración. Ella misma, ro– deada de magníficos resplandores, se apare– ció a la desgraciada mahometana, que no sa– lía de su asombro. Entonces María le habló en estos términos: "Vengo aquí, obligada por los ruegos de mí siervo Fr. Bernardino y quiero decir-

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