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CON FLORES A MARÍA 107 el mundo recordará siempre con horror: fa Crucifixión y Muerte del Hijo de Dios. Si no lo hubiera visto el mismo que nos lo cuenta, nos costaría trabajo creer que pueda llegar un pueblo a tal grado de ce– guedad. El judío, insensato y enfurecido, pidió con loco frenesí la muerte de Jesús y, por si fuera poco haberlo conseguido, el mismo pueblo de Israel, ese pueblo tan que– rido de Jesús , le ejecuta con sus propias manos. Uno tras otro, a fuertes golpes de marti– llo van introduciendo los clavos en aquellos fatigados pies y en aquellas delicadas ma– nos, y, cuando los tiene clavados, lo levanta en el madero para insultarle, para saciarse con el placer brutal de verlo morir de dolor. Ivlientras tanto, ¿ dónde está María? Allí está, sostenida en pie por un milagro del amor, crucificada de angustia con su Hijo, saturada de inmensa pena; pero sin acabar de morir, porque el amor la reserva para tormentos mayores. Jamás vió el mundo fortaleza igual. Meditemos brevemente en la amargura de María, al ver expirar a su Hijo, y pida– mos la gracia que deseemos conseguir. Para mejor obtenerla, le dirigiremos las siguien– tes deprecaciones y .Acemarías, como en la pág. 16.
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