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CON FLORES A MARÍA lOii gen de Dios y capaz de distinguir la verdad del error, y el bien del mal; un alma que no podía aclimatarse en la duda ni en la blasfemia, ni en la cólera", que eran los tortuosos caminos por donde le habían ini– ciado desde sus primeros años. Militar de profesión, fué destinado a Ma– rruecos. Allí experimentó todas las crude– zas de la vida de campaña. Este género de vida, sobradamente pesado, no hizo más que exacerbarle, llenándole el pecho de amarga desesperación y la boca de blasfe– mias. Todo se podía temer de tal sujeto y en tales circunstancias. Sin embargo, había una mano maternal que velaba y cuidaba su alma. Cierto día recibió una sorpresa: una sencilla tarjeta. Representábase en ella a la Virgen de los Dolores de la Saleta, y detrás, una plu– ma amiga y bienhechora había escrito estas alentadoras y cariñosas frases, dirigidas ex– presamente a él: "Magencio (era él mismo), hoy hemos rogado ·por ti en lo alto de la montaña. Paréceme que llora por ti esa Vir– gen tan hermosa, y yo creo que te ama mu– cho. ¿No la escucharás? Tu hermano y amigo, Pedro M arfa". El golpe de gracia estaba dado, Sabido es que allí donde la Virgen pone su mano,
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