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V8DUOliZ8r desde los signos de los tiempos mecanismos sofisticados que tienen como fin explotar la ignorancia y con– fundir el orden de valores y principios. Desde estas dos nuevas maneras de condicionar las conciencias se puede llegar a la burla de la misma identidad de los pueblos y las personas. Desde luego, la selectividad que descarada– mente llevan a cabo a la hora de privilegiar a unos y mantener en una eterna lista de espera a otros, es de todo punto de vista inmoral. Benedicto XVI antes estos fenómenos sociales, y durante su última estancia en Brasil, llegó a decir: "Así, en este continente, el Evangelio ha llegado a ser el elemento fundamental de una síntesis dinámica que, con diversos matices según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos lati– noamericanos. Hoy, en la práctica de la globalización, esta identidad católi– ca sigue presentándose como la respuesta más adecuada, con tal de que esté animada por una seria formación y por los principios de la doctrina social de la Iglesia". La Iglesia no puede estar fuera del mundo. Si ha de salvar al hombre, debe hacerlo de todo aquello que lo esclavice, bien provenga esta sumisión de vicios personales, bien de las cadenas que la injusticia arroje sobre su huma– nidad. No otra cosa quiso decirnos el Concilio cuando afirmaba que "el orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de las personas, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario... El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir todos estos objetivos hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas re– formas de la sociedad (G 5, 26). Así, pues, en este contexto de una economía impersonal, descarnada, im– placable, la Iglesia tiene que recordar constantemente su función primor– dial: lograr que la persona humana siga estando por encima de aquello que produce. Con meridiana claridad nos lo dijo ya hace cuarenta años el Concilio:" La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva univer-
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