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m. - LA PASIÍIN DE LOS DESIFIOS rio con el otro. Si al pobre oprimido se le niegan derechos fundamentales en el orden económico y social, el rico encerrado en su torre de oro pierde toda su dignidad y grandeza al separarse de quienes en definitiva pueden ser sus defensores en el balance final. El mártir de nuestra América mestiza, Osear A. Romero, dio la vida en de– fensa de los pobres y desde su apego al Evangelio. Pero no sólo por aquellos que sufrían desde la postración y el olvido al que eran sometidos por quie– nes se consideraban dueños del país, sino también por los mismos "atrope– lladores" que, al mancharse con la sangre y la dignidad de sus hermanos, quedaban en principio, fuera del plan de salvación. Para Romero pobre era el que tenía prohibido el acceso a bienes imprescindi– bles y oportunidades, y también aquel que se dejaba atrapar por la avaricia y, por lo tanto, se apartaba del camino de su prójimo. Con la diferencia de que el pobre de bienes seguía siendo el predilecto de Dios y el explotador jamás podría acceder a la mesa sin antes pasar por la conversión al hermano. La Iglesia tiene como fin "salvar" a todos. Si para Jesús los pobres son los primeros que ocupan su atención, los pecadores causan un gran revuelo en el cielo cuando regresan a encontrarse con sus semejantes. De la conversión del pecador depende, en gran parte, la suerte del que sufre la opresión. Cuando todos fustigan aCristo por entrar en casa de Zaqueo, que explotaba al pueblo en nombre del César de turno, Él se sienta en su mesa y comparte su buen vino, aprovechando la ocasión para ponerle freno a su aberrante conducta. Al hacerle ver la "miseria" a la que había llegado burlándose de los más pobres, le condujo, no sólo a la reparación del daño, sino también a aborrecer el oficio de explotador. La Iglesia debe aludir con nombre y apellido a otros dos factores de humi– llación y pobreza, como son la globalización intrusa y el neoliberalismo sal– vaje, a los que tantos han hecho referencia como hilvanadores de trampas y