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INTRODUCCIÓN y partícipe de los cánones teóricos y prácticos vigentes, orientará su vida pres– cindiendo de tal religiosidad". . Digamos que nuestras gentes ni están dispuestas a desprenderse de sus tradiciones religiosas ni a enfrentarse abiertamente con la Iglesia. Si aparta– mos a personajes que se consideran "ilustrados" y por eso mismo altamente "críticos", así como a los grupos invadidos por el fanatismo político, puede asegurarse que nuestro pueblo es creyente. Pero, ¿cómo traducen la mayoría de nuestros bautizados su religiosidad? Con las estadísticas en la mano hemos de afirmar que sólo el siete por ciento de los cristianos asisten regularmente a la Eucaristía del domingo. En su casi totalidad, aún venerando a la Iglesia y reverenciando a los sacerdotes, orga– nizan su vida personal, doméstica y social sin reparar demasiado en la moral cristiana. La fe sirve cuando es motivo de consuelo y ayuda. Dios, Jesucristo, la Virgen, los santos son necesarios porque "hacen milagros" y puede ser peligroso estar lejos de ellos. Sin embargo, el cuestionamiento y las constantes críticas que desde el po– der establecido se le hacen a ~ Iglesia y a sus representantes, ha llevado a muchos a pensar que "los curas" están contra un "proceso" que supuesta– mente favorece al pueblo y frecuentan sólo a "los ricos", que les llenan de favores. Y últimamente, el secularismo positivista que ha entrado a saco en otros países, no deja de extender sus tentáculos al resto del mundo. También en– tre nosotros ha comenzado a quitarle sentido cristiano a acontecimientos salvíficos de radical importancia para la fe. Los momentos más álgidos y significativos de la liturgia han terminado por concentrar más gente en las playas y las montañas que en los templos.

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