BCCCAP00000000000000000000512

V811UOliZ8r desde los signos de los tiempos de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente algu– no a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece" (GS, 36). La secularización nos ha ayudado a sacar a Dios de muchos de los compro– misos en que lo hemos metido. Para explicar nuestras limitaciones llega– mos a convertirlo en curandero, agricultor y astronauta. Despojar a Dios de esa falsa imagen es beneficioso para el mismo Dios, para la sociedad y la Iglesia. El problema consiste en no dar el paso que convierte a la secularización en secularismo, como claramente lo expresaron los ilustrados del siglo XVIII: "Dios en el cielo y yo en la tierra". Ese Dios absolutamente abstracto ya no parecía interesarle a nadie. Veía el mundo desde lejos sin intervenir de nin– gún modo en su marcha. Voltaire llegó a hablar de un Dios que "reina, pero no gobierna". Este secularismo es aún más nocivo que el ateísmo. El ateo no deja, por lo general, de preguntarse por Dios. En última instancia, respeta a quienes creen. El secularismo, en cambio, es desconocimiento de Dios. Haring nos dice que desde él "se prescinde de Dios a la hora de organizar la historia y la propia vida". Una buena respuesta a este "estado de cosas" desde la perspectiva cristiana nos la ofreció Benedicto XVI en su encuentro con el presidente de Francia: "La modernidad ha cerrado el camino hacia el cielo. Domina un racionalismo cerrado en símismo, y el concepto de fe se asocia a los bienes tangibles produc– to de los saberes humanos. Lo demás se considera subjetivo, y la religión corre el riesgo de ser considerada no esencial para la vida. Es deber de los cristianos recoger el anhelo profundo de Dios que todavía queda en el corazón del hom– bre y ofrecer a todos, con medios y modos que respondan a la exigencia de los tiempos, la inimitable Palabra de vida que es Cristo".