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• VBDUBll,ar desde los ,;gnos de los t;empos poseer la dignidad de persona, tienen derecho inalienable a una educación que responda al propio fin, al propio carácter, al diferente sexo, y acomodada a la cultura y a la tradición patrias, y, al mismo tiempo, abierta a las relaciones fra– ternas con otros pueblos parafomentar en la tierra la unidad verdadera y la paz. Mas la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su últimofin y al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuando llegue a ser adulto" (GE., 1). En el campo de la educación la Iglesia tiene alguna experiencia y debe echar mano de ella constantemente para ayudar al resto de la sociedad a no su– cumbir a los halagos del poder establecido que insiste en arrebatarles a los padres la responsabilidad de formar a sus hijos conforme a sus legítimas convicciones. El estado ha ido penetrando en el seno de las familias incompletas, paupé– rrimas y desintegradas, para las cuales los hijos son una carga económica y, con el fin de quitársela de encima, se los confían al mejor postor, que en este caso es el gobierno. Miles de adolescentes y jóvenes han sido enviados a Cuba, en un contexto de agasajo y aparente estímulo, con el único fin de camelarlos. La Iglesia tiene la posibilidad de hacer a los progenitores conscientes del pa– pel que han de desempeñar en lo tocante a la educación de sus hijos. Debe aprovechar los múltiples encuentros de padres y representantes (primera comunión, bautismo, confirmaciones...) para fortalecerlos en este deber y derecho. Los colegios religiosos se justifican si unen la instrucción seria y exigente que sancionan las leyes a la formación integral de la conducta. No parece lógico que sacerdotes o religiosos dediquen todo su tiempo a enseñar ma– temáticas o a vigilar la disciplina en los patios. Un colegio religioso puede ser un semillero de cristianos conscientes y militantes, llamados a ser ciuda– danos honestos y transmisores de la fe.