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V&ngelizar desde los signos de los tiempos Hace algunos años nuestra Iglesia celebró un Concilio Plenario cuyos re– sultados apenas son conocidos por un puñado de laicos comprometidos y, desde luego, no se han empezado a tomar en serio ni siquiera por quienes los recopilaron. Las conclusiones a las que llegó, después de bucear a fondo, nos ofrecieron un estado de cosas poco agradable, extremadamente com– plejo y, sin embargo, esperanzador. Tengo la impresión de que los agentes de pastoral preferimos quedarnos con los "iniciados" y no meter la mano en el entramado de una sociedad que hace aguas por todas partes y que empieza a interpelar sin contemplaciones las creencias del pueblo. Ese Concilio que, con todas sus limitaciones, supuso un momento de gracia para nuestra Iglesia, constató que "hay situaciones variadas que, en el mundo actual, son denominadas como de neopaganismo. La indiferencia religiosa va ganando terreno. Crece el número de personas que simplemente prescinden de lo religioso por considerar el mundo de la creencia y de !aje como innecesario. Hay quien piensa que Dios es un obstáculo para la libertad humana y para el desarrollo. La contraposición entre fe y razón, entre fe y ciencia, aún está presente en determinados ambientes, especialmente en algunos círculos universitarios y científicos" (PPEV, 43). Podría pensarse que el cuadro descrito hace referencia a los países más de– sarrollados de Europa y no a los de nuestro hemisferio, para los cuales la fe y la Iglesia forman parte de sus entrañas. Efectivamente, nadie se atrevería a decir de nosotros lo que acerca de la nueva Europa escribió Javier Sádaba en su libro "Saber vivir": "Lo normal y extendido en nuestros días, es que un hombre adulto y razonablemente instruido no sea ni creyente ni incrédulo, sino que se despreocupe de tales cuestiones. ~ si a nivel personal, alguien, sigue siendo creyente, se da por supuesto que esa misma persona, en cuanto normal
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