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1111 V8DUOliZ8r desde los signos de los tiempos Con palabras extremadamente crudas uno de los grandes filósofos de nues– tro tiempo, Leszek Kolakowski, advierte que el ser humano se disminuye al prescindir de su dimensión trascendente. "La quimera moderna que iba a conceder al hombre libertad total de la tradición o de todo sentido preexisten– te, nos dice, lejos de abrir ante él la perspectiva de la autocreación divina, le suspende en una oscuridad donde todas las cosas se contemplan con la mis– ma indiferencia. Ser totalmente libre de la herencia religiosa o de la tradición histórica, es situarse uno mismo en el vacío y, por tanto, desintegrarse. Estafe utópica en la capacidad de auto inventiva del hombre, esta esperanza utópica de perfección ilimitada, pueden ser el instrumento de suicidio más eficaz que jamás haya inventado la cultura. Rechazar lo sagrado, que significa también rechazar el pecado, la imperfección y la maldad, es rechazar nuestros propios límites". Sin llegar a conclusiones inexactas podemos decir, sin embargo, que así como en un pasado algunos "caudillos" inconscientes, abrogándose el papel de dio– ses, desataron guerras y exterminios atroces, quienes frívolamente preten– den aferrar todos los anhelos de la humanidad a un disfrute inmediato y a esperanzas sin trascendencia, pueden provocar masivas depresiones. Cuando muchos insisten en ponerle algunas reglas a la experimentación científica y a la aplicación inescrupulosa de determinados fármacos para sa– lirle al paso a lo que en un primer momento pudiera ser considerado doloro– so o incómodo, dan a entender lo monstruoso que puede resultar una visión solamente placentera y utilitaria de la vida. El que fuera arzobispo de París, Jean Marie Lustiger, en uno de sus escritos más recientes, nos aseguraba "que el progreso es una idea cristiana, a condi– ción de no enloquecerla. El cristiano cree que la vida tiene un significado, un sentido y, por lo tanto, una meta: la comunión de los hombres entre sí y con Dios, por medio de Cristo-Mesías, presente en sus hermanos hasta el fin del mundo... Hoy sabemos que los progresos son ambivalentes: los hombres pue– den también autodestruirse. Esa es la gran lección de la ecología. La libertad
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