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11.-11 SIGLO DE IIS PREGUNTAS YIAS DUDAr • de lo infinito, de lo que trascienda las limitadas metas intramundanas, pa– reciera ser innata en el hombre. Está latente en todos. Unamuno solía decir que "a veces da gusto vivir pensando que no hay nada de tejas arriba. Pero siempre termina produciendo agobio el hecho de creer firmemente que eso sea cierto". En las sociedades más secularizadas, en las que se hace sentir vergüenza a quienes atraviesan las puertas de un templo cristiano, se ha desatado una furia por los consultorios de sicólogos, de brujos, de adivinadores, de leedo– res de runas, tabaco y café. Prueba elemental de la inconformidad. De lo que se trata es de salir al encuentro de este "vacío y confusión". ¿Pen– samos, acaso, que la fuerza del Evangelio es tan débil que no puede mover a las masas más perdurable y certeramente que un cantante de frivolidades? ¿Atrae multitudes y las embauca cualquier impúdico charlatán que utiliza sofisticados medios para hacerse oír, y nosotros, los cristianos, nos vamos a refugiar atemorizados, casi avergonzados, en los viejos templos, a la espera de que alguien por equivocación toque la puerta?. Tenemos que volver a la simplicidad de corazón. El mundo está hecho prin– cipalmente para los desinhibidos. Lamentablemente también para los que airean sus vergüenzas. Los cristianos nos convertiremos en tales si dejamos a un lado los complejos, tanto de superioridad como de incapacidad, para dar testimonio de lo visto, oído y aprehendido. No debemos olvidar que "progresamos" más cuando somos perseguidos, o abiertamente fustigados, que cuando nos privilegian o exaltan. La ira que tantas veces se ha desatado contra nosotros, contra la Iglesia a la cual nos aferramos, pese a sus muchas debilidades, ha sido despertada por quienes sienten que no podemos callar, aunque estorbemos sus planes. Al ser fieles al Maestro no somos "buenos para nada". Nos convertimos en piedra de choque, en llamada de atención, incluso en testimonio, molesto con fre– cuencia, pero testimonio.

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