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11.-11 SIGLO DI LAS PIIIGUNIIIS YLAS DUDAS ■ Sin embargo, la Iglesia salió robustecida y saneada de aquella refriega gra– cias al "resto de Israel" que en régimen de catacumbas mantuvo firme la fe. Pudo más la fidelidad de los cristianos que las pretensiones desordenadas de los nuevos mesías. Francia terminó apreciando mucho más a un cura de Ars que a Robespierre. Y el testimonio incuestionable de quienes perseve– raron hasta el fin propició el nacimiento de instituciones, movimientos y ca– rismas en la Iglesia francesa que ejercieron un gran influjo más allá de sus fronteras. El imperio .de la Unión Soviética insistió también en proclamar la muerte de un Dios asumido como alienador del hombre. No se reparó en los mé– todos encaminados a execrar a quien públicamente mantuviese el menor resquicio de fidelidad a ese Dios. Durante más de setenta años se educó a los ciudadanos para que luchasen por un nuevo paraíso a partir del trabajo, de la atención a las consignas del Partido y a la autoridad indiscutible de los camaradas líderes. Los templos de la "santa Rusia" fueron convertidos en escuelas en el mejor de los casos, casi siempre en cuadras de caballos y tabernas. Después de tantos años de aislamiento del resto del mundo, de una autori– dad que no toleraba la más mínima disidencia, desde la prohibición de pen– sar hasta la más abyecta burla de lo "religioso", las "babuskas" (abuelas) por un lado, al transmitir los valores cristianos a sus nietos, y los desafíos de un mundo libre que llegaba antes a la meta propuesta por Lenin, derribaron el imperio. Ellas, las abuelas, fueron también, con su callada fidelidad, el resto de Israel que volvería a Rusia el respeto a las creencias. El ochenta por ciento de los rusos se seguían considerando "cristianos ortodoxos" tras siete déca– das de sometimiento al ostracismo. Estas páginas las he redactado a caballo entre Venezuela y España. Dos paí– ses en los cuales la Iglesia, en su historia, larga la de uno y joven la del otro, ha atravesado por momentos igualmente críticos.

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