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■ 130100181 desde los ,;gnos de los t;empos Cayó aquel imperio basado en un autoritarismo ciego, en el dominio de unos hombres sobre otros, en la diferencia, en la tensión, en el miedo, en la sobreabundancia de pocos y la miseria de casi todos. Y renació la Iglesia precisamente por su fidelidad al Mensaje, por su apego a la sobriedad, por la acogida sin discriminaciones. Los gestores de la Revolución Francesa, que en varios de sus renglones es literalmente reproducida por algunas de las nuevas ideologías de izquierda, pasearon por las calles de París a la Diosa Razón, como escarnio y suplencia de la Divinidad y la Santidad en la que depositaban su fervor los cristianos. Para llenar el vacío que forzosamente iba a dejar la supresión de las prácti– cas de culto de un pueblo mayoritariamente católico, se' exaltaron algunas virtudes humanas y se propuso el ansia del saber y el haqer para acabar con las que juzgaron simples supersticiones. Al dejar a la sociedad sin otro argumento moral que el diseñado por aquellos "librepensadores" (extraña manera de concebir la libertad sometiendo a la tortura a los que se atrevían a disentir), basado sólo en la esperanza de feli– cidad que habrían de proporcionarle al hombre algunos ideales altruistas, se abrió paso al desenfreno, a la codicia y a la barbarie. Dejado a un lado todo "temor de Dios" o a lo Otro, se dieron a la tarea de exaltarse a sí mismos con toda clase de argucias. Aquella reducción de la Identidad humana a la Libertad, la Igualdad y la Fra– ternidad, desligadas de todo sustento perdurable, condujo a la búsqueda desordenada de seguridades, de razones más sólidas para vivir sin el sobre– salto de cada día. No se planteó en ningún momento, ni por parte de los "revolucionarios" ni de la Iglesia, la necesidad de dialogar para conjugar los legítimos anhelos de autonomía del hombre y la ciencia, y a la vez la necesidad de su relación con lo invisible necesario.
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