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11.-11 SIGIO DI IAS PRIGUNTIS YIAS DUDAS • La vertiginosidad con que se ha pasado de modelos de comportamiento totalmente apuntalados a otros sin reglas precisas, nos ha sorprendido a todos. La radicalidad y el atrevimiento desde los que los propulsores de este nuevo orden de cosas insisten en imponerse, escarneciendo sin rubor a quien ose contradecirles, nos han conducido a un desconcierto que desea– mos sea fugaz. Hay que salir de la tiranía a la que han querido someternos los que, con el pretexto de sacar a Dios de los afanes humanos, se han con– vertido ellos mismos en dictadores. Efectivamente, ya son muchos los que, en medio de un panorama desalen– tador, ven luces en el horizonte. Y lo más estimulante para los que nos pro– clamamos creyentes en un Dios que no está sujeto a los dictámenes huma– nos y en una existencia que se trasciende, es que esos destellos provienen de quienes han entendido que la Historia no tiene sentido sólo desde los hechos que se suceden, asumidos sin relación alguna, sino enmarcada en los anhelos, frustraciones y logros de quienes la hacen. Algunos, como el conocido historiador británico, Paul Johnson, están con– vencidos de que detrás íde esa cortina de humo con la que se ha querido ocultar lo trascendente, lo simplemente racional, para dar paso a lo sólo se– cular, se abre el panorama de un retorno a lo esencial, a lo perenne, aloma– cizo. "De hecho, a principios del siglo XXI, Dios tiene excelentes perspectivas. Este siglo será el suyo. El siglo XX ha sido el siglo de la Ideología, así como el XIX fue la era del Progreso. Pero tanto la Ideología como el Progreso fallaron a sus seguidores y finalmente se derrumbaron a principios de los noventa. La historia enseña que no creer en algo no es del gusto de los seres humanos. Aborrecen el vacío de creencias. Es muy posible que Dios, después de tener que luchar por sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío del XXI, y se convierta en el legatario de esos dos colosos muertos, la Ideología y el Progreso". Pareciera incluso que las creencias religiosas necesitan cíclicamente afian– zarse y definirse desde la persecución. Da la impresión de que es oportuno el vapuleo para regresar al centro de las mismas, del que con frecuencia se

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