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111 vanuellzar desde los signos de los tiempos La expresión que más habitualmente fluye de la boca de nuestros ciudada– nos cuando se les habla del aborto, de la homosexualidad, de la eutanasia, de la droga, del amor libre, es la de que "cada uno puede hacer lo que quiera con su vida y con su cuerpo". Esta "anomía" (sin normas) nos advirtió Durkhein que puede llevar al hom– bre a la pesadilla por excelencia: Tener la sensación de que vive en un mundo desordenado, loco y absurdo. Una pesadilla tal que, en su opinión, puede conducir incluso al suicidio. Ya he dicho que muchos de los "extremismos" de los que echan mano las nuevas generaciones para singularizarse y que van desde la velocidad sin límite hasta el consumo irracional de alcohol, son pruebas fehacientes de esta sensación. El P. Lubac acuñó una idea que Pablo VI tuvo el coraje de reproducir en la Populorum Progressio: "No es verdad que el hombre no pueda organizar la tie– rra sin Dios. Lo cierto es que, sin Dios, no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre" (PP, 42). Leo Moulin, quien se califica a sí mismo como "agnóstico en búsqueda", nos confiesa: "La muerte de Dios, la historia de nuestro siglo lo prueba suficiente– mente, ¿no anuncia la muerte del hombre?". La moral cristiana no se basa tanto en unas reglas dictadas para ser cumpli– das al pie de la letra, cuanto en las razones que conducen a una existencia armoniosa. Al ser sustituida por otra sin normas racionales y sin relación con el conjunto de las expectativas y las aspiraciones del hombre, tarde o tem– prano se llega a la pérdida del "sentido" mismo de la vida. Cuando el "sano temor de Dios" es reemplazado por una libertad que per– mite hacer lo que venga en gana, ¿quién podrá ponerle freno a los instintos y a las pasiones desordenadas?. -La fidelidad siempre permanece
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