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11.-11 SIGIO DI IAS PRIGUNlllS Y IAS DUDAS • biendo formado pareja, deseaba darle un hijo a su compañera de vida. Evi– dentemente, él no podía engendrarlo puesto que seguía siendo para todos los efectos de la procreación una mujer. Descaradamente, y como si fuese un desafío digno de imitar, pidió sin pudor a su hermano que le prestase "sus servicios". En ningún momento se habló de la criatura que habría de nacer en tales circunstancias y de los efectos que para su desarrollo supondría el hecho de ser concebida con semejantes artilugios. Estas nueva manera de entender la vida y la historia suscitan interrogantes que no se pueden tapar con un dedo. ¿Acaso el progreso económico, el éxi– to, el poder y el placer solipsista, que se dice haber obtenido en los países más desarrollados, y que se proclaman como bien absoluto, han proporcio– nado una mejor convivencia, el equilibrio en las relaciones interpersonales, el sentido del bien común, el afianzamiento del núcleo familiar, el respeto a la diversidad?. Y en los países en vías de desarrollo, como suele calificarse a la mayoría de los latinoamericanos, los que tienen poder para decidir caprichosamente la suerte de todos, ¿han de extrañarse de la violencia callejera? ¿Es posible que sigan juzgándola como una simple desadaptación, y no como el clamor legítimo de quien reclama sus derechos? ¿No somos capaces de pensar que la abundancia de unos, tantas veces alcanzada desde el atropello, el autori– tarismo, los privilegios y la manipulación de la justicia, despierta en otros la \/On~:,nn ~/ b "':-'lir::,riA., de la justicia por sus propias manos? Estas situaciones que son las causantes de tantas desavenencias e inmora– lidades, de la inconformidad y la rebeldía por parte de los más pobres, y del vacío y la superficialidad entre los poderosos, requieren de la presencia de árbitros que hablen "con autoridad", como lo hacía Jesús. Me compadezco de la duquesa que acaba de aparecer en las pantallas de televisión, llevando consigo todos los títulos de nobleza que el más avaro pudiera apetecer. Símbolo y efigie de la "grandeza" y el "poder", y, sin em-