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1.-CAMBIO DE EPOCA El hombre quiere ser feliz, sin más. Sería una pena que los cristianos no sea– mos capaces de ofrecerle más dicha que quienes, para entregársela, le pi– den antes que venda su alma al capricho, al instinto, al ritmo que le marquen los menos indicados. Sí un obispo, un sacerdote, un religioso, un laico cons– ciente se atrincheran, desconcertados ante los atrevimientos del "mundo", y se desdibujan cuando deberían proclamar en alta voz que en Dios está la esperanza y la alegría, mala señal. Sí los cristianos no somos capaces de hablar o al menos entender el len– guaje de este hombre desconcertado ante el pluriforme mercado en el que se encuentra, la nueva evangelización será letra muerta. Preveo que, mien– tras no nos despojemos de la tendencia a la seguridad, a la rutina, a la obe– diencia ciega, al rito consolador, a la catequesis con galletas, para escuchar y digerir, para entender las angustias del hombre común, para llegar a los motivos por los que muchos nos repudian, no empezaremos realmente a "evangelizar". Esta es una hora crucial. Al hombre le invitan unos a creer en lo de siempre y otros a negar todo lo precedente para vivir lo de ahora y a pulmón lleno. Cuanto más niega a Dios más insatisfecho parece sentirse. Cuanto más se acerca a determinadas maneras de vivir el cristianismo más se convence de que no le convence. ¿Seremos capaces de anunciarle a este mundo embrollado la Buena Nueva de la vida, de la libertad, de la donación, de la creatividad, de lo eterno?.
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