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vangelizar desde los signos de los tiempos y según la encuesta, mayor capacidad de resistencia a las dificultades de la vida, son emocionalmente más estables y tienen mayores niveles de estabili– dad familiar". Ya hace años muchos años los organismos sociales de los Estados Unidos llegaron a la conclusión, tras acuciosas investigaciones, de que los ancianos que creían en una vida más allá de la presente, que frecuentaban el tem– plo, que se encomendaban a Dios, raramente enfermaban y si lo hacían, sobrellevaban la enfermedad con optimismo, gastaban menos medicinas y molestaban poco a quienes les cuidaban. Por el mismo método se llegó a la conclusión de que los estudiantes de edu– cación media menos conflictivos, más sociales, menos violentos y más apli– cados eran aquellos que pertenecían a familias creyentes, que les habían sabido contagiar la serenidad y la perseverancia. También es muy cierto que el núcleo más grueso de los que abogan por la muerte de Dios y la libertad absoluta del hombre 1 por la confianza ciega en la creatividad humana y los descubrimientos de la ciencia, por el desapego a la virtud y el disfrute superficial e inmediato de los placeres, no raramente pertenecen a familias desmembradas, conflictivas y en pugna constante. Y con frecuencia adolecen de "paranormalidades" que les impulsan a dejar a un lado complejos muy variados para exhibirse sin pudor. Todos ellos, en el fondo, andan a la búsqueda de una elemental seguridad, de un poco de afecto, de un equilibrio básico. Sólo que los buscan por ca– minos equivocados. Me pregunto si no habremos tenido mucho de culpa los cristianos, especialmente aquellos que han sido llamados a anunciar la Buena Noticia. ¿No la habremos transformado en "mala", insistiendo en todo lo que limita, lo que no hay que hacer, lo que es pecado, lo que está mal, lo que desdice, lo que avergüenza, en vez de presentarles a un Dios que ama, que bendice, que perdona, que se alegra con nuestra armonía y nuestra dicha? .

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