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1.-CAMBIO DE EPOCA La prédica de Jesús no habría sido entendida por sus hermanos judíos si la hubiese atado a un lenguaje arcano y no a su cultura y afanes diarios. Tam– bién la Iglesia tiene que aprender a dirigirse a los hombres y a la historia de cada momento desde el "idioma" que más familiar les resulte. Creo que la incapacidad que la mayoría de los bautizados ponen de manifies– to cuando se les pide que den razón de aquello que dicen profesar, se explica desde los conceptos ininteligibles que los predicadores se han empeñado en meter en su cabeza, ajenos a sus intereses y entornos habituales. El hecho de creer en un Dios que sabe lo que hay que hacer en cada instante, y del que jamás debemos desconfiar, no nos libera de las crisis, de las encru– cijadas por las que también se ven forzadas a pasar la política, la economía y la sociedad como tal. La única diferencia radica en que la Iglesia tiene entre sus manos una Buena Noticia que en principio nunca envejece, que le ha sido dada gratuitamente y que debe anunciar con fidelidad. La crisis nos está invitando a discernir sin temores, a analizar sin rubor, a abrir las ventanas sin miedo al huracán. Porque, como nos asegura Brighen– ti, "la crisis no es sinónimo de callejón sin salida. Es época de transición, tiem– po pascual, al menos para aquellos que creen que la realidad, por más dura y oscura que sea, no tiene la última palabra". Así como las etapas del desarrollo y el crecimiento humano provocan al principio desconcierto y hasta temor hasta afianzarnos en la seguridad, también las crisis están llamadas a cerrar algunas puertas que desde hace tiempo ya no desempeñaban oficio alguno. Sólo así se pondrá de manifies– to la necesidad de abrir otras que nos permitan contemplar sin desidia los nuevos horizontes. Hace más de cuarenta años nos lo propuso el Concilio: "Los teólogos, ob– servados los métodos y las exigencias de la ciencia teológica, son invitados a buscar siempre un modo mejor adaptado a la comunicación de la doctrina a los