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V801J8liZ8F desde los signos de los tiempos Los cristianos en general, y muy especialmente los que hemos sido llama– dos a ser testigos fehacientes y "oficiales" de esa luz, no podemos dormir– nos en los laureles, ensalzamos bobaliconamente como peritos 0 1 lo que sería demoledor, traducir la vocación como el escalafón necesario para ha– cernos valentones, acomodados y usufructuarios de una herencia espiritual convertida en simples oportunidades y ambiciones. Sólo un apego literal al Jesús del Evangelio y a una Iglesia fiel a sus orígenes podrá liberarnos de la molicie, la desgana y ei conformismo. Se dice que una Iglesia que no es servicio, no sirve para nada. Del mismo modo, podríamos afirmar que un evangelizador que no se da por entero y desde la más recta de las intenciones, será un obstáculo y no una ayuda. A los que se adiestran para serlo el día de mañana no debemos andarles con contemplaciones. Tendrán que persuadirse de que no será legítima ni satis– factoria otra meta diferente a la del servicio al hermano. De la recompensa se encarga el mismo Señor, que no dejará huérfanos de nada a quienes en su nombre lancen la red. Como ha dicho nuestro Concilio Plenario se trata de "humanizar nuestra so– ciedad, denunciando todo lo que atenta contra la dignidad de las personas y lo que relativiza la conciencia moral, y promoviendo los valores evangélicos de justicia y solidaridad" (PPEV, 125). Desde mi "desierto" invoco al Libertador de Nazaret cuotidianamente para que aquellos que tienen la dicha de proseguir la epopeya de la evangeliza– ción en Venezuela, dejen a un lado cualquier apetencia que no sea la estar siempre a lo que el pueblo mande y Dios disponga. Nunca sabré agradecerle al Señor las satisfacciones que me ha proporcio– nado, permitiéndome servir a un pueblo bueno, a un país encantador, a una Iglesia situada en medio de una natural reliqiosid;:irl n°rr1~ --·

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