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V81108liZ8r desde los signos de los tiempos La Iglesia no puede caer en parecidos extremismos, juzgándolo todo desde lo blanco o lo negro, ignorando la gama de variedades ante las que nos sitúa el Espíritu. Negándose a dialogar con quienes tienen aportaciones diferen– tes, a veces incluso aberrantes, puede cerrarle las puertas a la Providencia que insiste en discernir con paciencia, sin prejuicios y sin cólera. -Algunos signos de los tiempos Leyendo atentamente los signos de los tiempos nos percatamos de algunos hechos ineludibles: en los países de larga trayectoria católica la práctica religiosa se ha reducido al mínimo; en América Latina también es escasa. Sin que haya disminuido la religiosidad se piensa, desde nuestra tendencia a moderarlo todo, que el acercamiento ocasional al templo es suficiente, supliéndolo luego por la familiaridad con el "altar doméstico", impregnado de sincretismos; en los países tecnológicamente más avanzados el secularismo y el llamado laicismo no reniegan de las "fiestas y celebraciones cristia– nas", pero insisten en darles la misma importancia que a las tradi– ciones y el folclore propios de toda cultura. Se ven como agraciados momentos de esparcimiento y catarsis; la mayoría de los bautizados, tanto en los países industrializados como en los que se debaten en la pobreza y hasta la miseria, co– nocen periféricamente lo que dicen creer. Los postulados sobre los que asientan su fe no resisten el más simple avatar; la imagen que muchos poderes públicos y la opinión general tienen acerca de la Iglesia y sus agentes más cercanos luce no sólo desdo– rada, sino totalmente confusa y hasta repelente. La tenacidad en– fermiza de muchas agrupaciones, nacidas para escarnecer a ambos, ha ido dando frutos; el fanatismo de algunos, que explotan casi exclusivamente la sentimen– talidad, choca con la frialdad, la indiferencia y el criticismo de otros;

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