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CONCLUSIÓN con los más necesitados de su presencia, que son los que carecen de todo y los que, teniéndolo casi todo, se sienten vacíos, le garantizará siempre un lugar y un papel destacados en este mundo. Y una apertura hacia el encuen– tro definitivo con el Padre. Se repite la seguridad de San Agustín. El hombre no puede descansar tran– quilo, aunque se lo proponga, lejos de su Creador. Cuanto más trata de abo– rrecerlo y olvidarlo, más insistentemente le persigue. Incluso a este hombre de nuestros días, que ya no se molesta en nombrarlo y que da por supuesto que, al fin, se marchó para siempre. No podemos caer abatidos quienes hemos sido llamados a no temer. Ante la dificultad la humilde rebeldía debe acrecentarse. Cuanto más se nos hos– tigue más ha de afianzarse nuestra entrega. En medio de un mundo que se empeña en reducir la "humanidad" de sus habitantes, convencido de que, despojados de sus ambiciones interiores, van a ser más dichosos, nos co– rresponde esperar en las esquinas con la antorcha encendida. El desafío no parece ofrecernos muchos atenuantes. Pero si volvemos los ojos a Jesús de Nazaret nos sentiremos con la fuerza necesaria para perma– necer vigilantes y activos. Como nos dice la Palabra de Dios "la caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta hacer triunfar el dere– cho" (Mt. 12 1 21). Boff nos asegura que Jesús es "un ejemplo para cualquier ciudadano que desee hacer del otro también un ciudadano, un habitante de una ciudad sin iguales, en la que todos participen en la construcción de una vida digna y alegre para todos que sean, para los que tienen fe, anticipo del Reino de Dios en este mundo". Este hombre de hoy, constreñido, casi impelido a no mirar más allá de lo que alcanza su torpe vista, tarde o temprano, buscará la manera de desha– cerse de esta sofisticada esclavitud. Y necesitará de otros hombres que le - -1.-~.-., •n::i mano y le iluminen el camino de vuelta a casa.

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