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11 vanueHzar desde los signos de los tiempos canía y el servicio, será capaz de despertar la atención de quien, en medio de sus aparentes satisfacciones, se siente solo, sin raíces y sin perspectivas. Pero tampoco parece saludable y objetivo asumir el papel de implacable contra las nuevas coordenadas políticas. La reacción que se ha producido entre un "antes" y un "ahora" no ha sido fruto del azar, de la maledicencia o la locura de algunos extremistas. Hunde sus raíces en un estado de injusticia del que todos podemos dar ejemplos concretos. No eran buenos los otros y malos, sin más, estos. No se trata de execrar a unos para anhelar el regreso de los otros. La Iglesia debe descubrir los signos de los tiempos, la presencia del Espíritu y lo más conveniente para el pueblo aún en las circunstancias más adversas. Nuestro pueblo llano, aquel que nunca fue objeto de predilección para los gerentes del pasado, pareciera sentirse ahora tenido en cuenta. A lo mejor para su siguiente hipoteca. En todo caso, para que la Iglesia tome nota de sus carencias y de sus derechos, que tiene que defender por encima de cual– quier otra opción. Como está sucediendo en el mundo desarrollado demasiadas veces en la historia se ha repetido la misma pretensión. En el pasado y en el presen– te han surgido movimientos, ideologías, maneras de entender la vida, que proponían la muerte de Dios, la abolición de la Iglesia y la aversión a todo lo trascendente, por considerarlos obstáculos para la libertad y la felicidad del hombre. Y otras tantas veces los hijos y nietos de quienes así se pronunciaron, termi– naron regresando a casa. Con otros atuendos, notablemente transforma– dos, pero con el mismo anhelo de encontrar identidad y solidez. Y lo que le pasa a nuestro pueblo latinoamericano, postrado, expoliado, de– jado a un lado, debe ser objeto de atención para la Iglesia que nunca puede desligar su causa de la de aquellos a los que ha de redimir. La fidelidad para

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