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CONCLUSIÓN CONCLUSIÓN 1panorama que se abre ante la Iglesia no parece muy esperanzador. En algunos de los países tecnológicamente más desarrollados, los sucesos de cada día, las opiniones que llegan con más radicalidad a los medios y, consiguientemente, a los hogares, hablan ya menos del ateísmo que del laicismo, menos de la increencia y más del rela– tivismo, casi nada de lo trascendente y todo sobre el positivismo. En nuestra Venezuela los nuevos "gerentes" de la política, la economía y la sociedad en general, siguiendo las consignas del líder, están empeñados en diseñar una nueva manera de entender y vivir la Iglesia. La que consideran oficial, representada por la Conferencia Episcopal, no responde al "socia– lismo del siglo XXI", que ni ellos mismos han acertado a definir con exacti– tud. Por lo tanto, es necesario deshacerse de ella y crear otra nueva, sumisa, complaciente, atada. En todos ellos, casi siempre por las mismas causas, la Iglesia resulta incó– moda. Desde su larga trayectoria de veinte siglos ha almacenado algunas experiencias y ha tratado de ser fiel a unos principios. Su voz le suena a es– tridente a quienes se empeñan en "reducir" las ambiciones humanas, otor– gándole al mismo hombre la capacidad de decidir absolutamente sobre su destino y el de cuanto le rodea. La peor jugada que la Iglesia pudiera hacerse a sí misma y a este hombre "engreído" de nuestro tiempo, sería la de esconderse, enmudecer o salir a la palestra con eufemismos, radicalidades o excomuniones. Desde el "poder" o la sensación de tener toda la razón, no va a llegar muy lejos. Desde la cer-

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