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V. - ANUNCIAR UNA IGLESIA FRATERNA no se hace Pueblo de Dios y, al comer el cuerpo de Cristo, no se transforma en cuerpo místico del mismo Cristo, degenera en mistificación, afirma Bloch. En la Iglesia, por lo tanto, no tiene sentido la institución sin el Espíritu, el poder sin carisma, lo material sin lo espiritual". Creo que los últimos papas han insistido en la necesidad de una revisión al interior de la misma Iglesia. Parecen convencidos de que, sin ser liberada de ataduras y proposiciones que tienen ya poco de evangélicas y mucho menos de latentes, no podrá ofrecerse como sacramento de salvación. Al menos para un mundo que se niega a ser sumiso sin razones. Y para una cultura global que aprecia mucho más fácilmente las obras y los frutos que las terminologías. Estoy de acuerdo con C. Bazarra al presentarle a la Iglesia tres desafíos a los que no puede sustraerse. El primero de ellos es jerarquizar las "verdades". No pueden ser apreciadas de la misma manera aquellas que nos vienen de la fuente y las que hemos ido configurando a lo largo de los siglos. El segundo consiste en no multiplicar las normas, los ritos y las estructuras sin que nos lo pida la necesidad. Cualquier hombre de buena voluntad y con cierta capacidad para discernir que empiece a simpatizar con el catolicismo, se sentiría abrumado al verlo disperso y a la vez sujeto a tantas precisiones. Responder al tercer desafío nos llevaría a la clarificación de los dos primeros. Recuperar el sentido de fraternidad y discipulado en la Iglesia significa tanto como apreciarla como una verdadera "comunidad de hermanos". ■f!I

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