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1111 V.· ANUNCIAR UNA IGLESIA FRATERNA sido dada sólo a un grupo de predilectos, ni a una raza concreta, ni a una cultura particular. Pero sus preferidos han de ser siempre los más necesita– dos, aquellos a los que se les niegan sus legítimos derechos y de quienes se hace burla. No puede olvidar que el Reino de Dios comienza aquí, está inmerso en las peripecias de la historia y en las grandezas y equivocaciones de los hom– bres. Aunque va más allá de las fronteras que vemos, no por eso debe tra– zarse una línea infranqueable entre ambas latitudes. No puede pasar al otro lado a quienes no salve en este. La salvación supone pasar de situaciones menos humanas a otras más hu– manas, como nos recordó Medellín. Pablo VI insistió también en su Evagelii Nuntiandi que existen lazos profundos entre evangelización y promoción humana, y antes el mismo Concilio nos confirmó que el Reino de Dios pasa por la construcción de una nueva sociedad. Hay una única historia y la salvación que ha de llevarse a cabo está inmersa en ella. La justicia, la dignidad y la libertad no deben ser identificadas por la Iglesia como utopías poco menos que inalcanzables. Forman parte inevita– ble de su tarea evangelizadora. Y pueden obligarla a escarbar en la política, lo social y hasta lo económico para llegar a un adecuado esclarecimiento. La nueva evangelización ha de hacerse cargo de todas las formas de pobre– za que asolan a la humanidad. Aunque debe socorrer, concientizar y salir en defensa de los que carecen de bienes materiales y de los que no figuran en los planes de nadie, ha de acercarse también a otro tipo de padecimientos, postraciones y desengaños. Incluso a quienes, teniéndolo todo, se presen– tan a los ojos de Dios con más carencias que los mendigos. Para todos los que son afectados por algún tipo de pobreza o carencia la Iglesia tiene que tener la palabra oportuna, el gesto significativo, la acción comprometida. Porque "por esos pobres y con estos pobres, dice A. Parra, 11§1

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