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V. -ANUNCIAR UNA IGLESIA FRATERNA -Una Iglesia unida Debemos estar seguros de que el mismo Espíritu que garantiza la plurali– dad, asegura también la unidad. San Pablo nos dice que es un hecho que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, pero los miembros, aún siendo muchos, forman todos un solo cuerpo. Pues también el Mesías es así, porque también a todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, nos bautizaron con el único Espíritu para formar un solo cuerpo y sobre todos de– rramaron el único Espíritu" ( ICor 12- 24). Convencido de esta unidad por encima de lo diverso, invita a las comunida– des a ser solidarias unas con otras. Todas adolecen de defectos y envuelven grandezas, algunas son pudientes y otras míseras, pero se sienten unidas al mismo Mediador entre Dios y los hombres. Las más apartadas daban con frecuencia fabulosas lecciones a las que se creían más sabias e instruidas. No nos haría ningún mal algo de humildad para dejarnos permeabilizar por los gestos y el testimonio de los demás. Y no sólo de los que hablan con autoridad académica, tantas veces unida a la vanagloria y la lejanía, sino también de aquellos que viven inmersos entre sus hermanos más necesita– dos, codo a codo. Durante las primeras sesiones del Concilio Helder Cámara, que parecía un campesino en medio de príncipes, quiso regalar a todos los obispos una sen– cilla cruz de madera, tallada por indígenas de su iglesia local. De haberla cambiado por tantos pectorales de plata y oro se hubiese dado de comer un buen banquete a todos los habitantes de Recife y, sobre todo, un gesto tan simple se hubiese convertido en el principio de la simplicidad que nos pide a todos el Evangelio, también a los prelados. San Pablo, decíamos, invita a las iglesias no sólo a preocuparse las unas por la suerte de las otras, sino a alegrarse de lo bueno de cada una. "Dios com– binó las partes del cuerpo procurando más cuidado a lo que menos valía, para Mii■

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