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V.· ANUNCIAR UNA IGLESIA FRATERNA sobrevaticanistas la mayor parte de las intuiciones del Concilio son ciertas y válidas, pero es necesario resituarlas en las nuevas y variadas circunstancias en que le toca vivir a los creyentes. El Concilio se percató del giro que tenía que producirse en la Iglesia si no quería quedarse al margen del resto del mundo. Pero ha faltado mucha con– gruencia a la hora de ponerlo en práctica. Y hasta puede decirse que muchas de sus proposiciones caducaron antes de tiempo. F. Acosta ha dicho que "la diferencia fundamental en el catolicismo actual no la marca tanto la contraposición entre conservadores y progresistas, cuanto el pensar en categorías históricas y críticas, o con esquemas estáticos, esencialis– tas y ahistóricos... Por eso, hay que abrir la ec/esiología a las aportaciones de la exégesis y de la investigación histórica, perder el miedo a una desmitificación de la ec/esiología y asumir que el cambio es sustancial para la constitución de la misma Iglesia". Y en esto radica, en cierto modo, el futuro del catolicismo. No es el Evange– lio el que ha de ser cambiado arbitrariamente. No es a Jesús a quien debe– mos disfrazar para que sea aceptado, puesto que sigue y seguirá cautivando desde su desnudez. La que está llamada a dejarse interpelar continuamen– te es la Iglesia. -La Iglesia a la que tenemos que invitar Parece sensato preguntarse si la Iglesia que el mundo tiene en mente sepa– rece realmente a la que Cristo quiso. Mucho me temo que el tiempo la haya ido configurando con cierta arbitrariedad. Si le pide a quienes en su seno se ajustan a determinados "carismas" que vuelvan a sus orígenes, no le toca otra suerte que hacerlo ella también. Ante todo, la Iglesia descansa en la fe en Jesucristo, que refleja, por una par– te, el rostro humano de Dios (Hijo de Dios) y, por otra, el modelo de hombre

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