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11 V.· ANUNCIAR UNA IGLESIA FRATERNA ilusionantes (postvaticanidad); finalmente, otros creen que sigue siendo per– tinente lo que dijo, pero debidamente contextualizado (sobrevaticanidad). -Antivaticanidad El Concilio puso el acento en una Iglesia signo, en la utopía del Reino, en la consecución de una fraternidad universal, más que en una Iglesia poder. Los nostálgicos de la "cristiandad" están convencidos de que sólo una Igle– sia fuerte, con leyes irrestrictas, puede salirle al paso a la convulsión que la ciencia y la técnica provocan en el hombre. D. Menozzi describe certeramente esta actitud. "El Vaticano se propuso dia– logar con el hombre actual, pero ¿cómo dialogar con aquel que, al negar lo absoluto, ataca a la esencia de la propia Iglesia? El Concilio se propuso el res– peto a la diversidad, pero ¿cómo respetarla si todo lo diferente esconde un he– reje o un enemigo? El Vaticano quiso ser una Iglesia de los pobres, pero ¿cómo protegerse de los poderes de este mundo, sin ser ella también poderosa? El Vaticano dijo respetar el derecho a la libertad, pero ¿cómo llevar ese derecho a la práctica sin exponer a la Iglesia a una condición de debilidad frente a las otras religiones?". Para quienes así piensan la teología que ha de reivindicarse es la apologéti– ca. Lo que conduce a sacar conclusiones por adelantado sin haber analiza– do los hechos con rigor y fidelidad. Los que abogan por este "régimen de cristiandad" consideran que así como el delirio del progreso y la razón tec– no-científica dieron como fruto las barbaridades del nazismo, o lo acaecido en Bosnia, así la secularización, la emancipación de los individuos y de los pueblos están resultando un engaño. Debe, por lo tanto, regresarse aDios, pero en condición de esclavos. V. Man– zanares llega a decir que para los contrarios al Concilio la fe católica es el único orden cultural y social posible. De lo que se trata es de volver a recu– perar espacios públicos, para servirse de ellos y anunciar la única verdad que Mii■