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IV. - ANUNCIAR AL JESÚS on EVANGELIO medida es que es bueno y justo, refleja al Dios en quien cree. "Dondequiera que hay humanidad y se actúa con humanidad, nos dice Patín, está presente Dios, y se revela el rostro de Dios". Al hacer la salvedad de que Cristo se hizo igual a nosotros, menos en el pe– cado, se nos está diciendo que Dios no está en lo que hay de inhumano en el mundo. El Dios de Jesús entiende nuestras miserias, pero nos invita a salir de ellas. Al contrario de lo que nos han dicho algunos filósofos al afirmar que es necesaria "la muerte de Dios" para salvar la libertad del hombre, el Dios que nos presenta Jesús invita al hombre a ser autor de su propia sublimación. Nos lo ha expresado Jesús Sanz: "El cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara con su rostro, con un constante saberse mirado por los ojos del Otro. Esta presencia, que es siempre compañía y jamás se escurre fugitiva, no nos ahorra a los cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día, con todas sus luces y sombras, pero sí que nos permite vivir de otro modo, desde otros Ojos que nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita, y desde Otra Vida que nos acoge regalándonos la dicha". El Dios que nos da a conocer Jesús es, ante todo, el Padre que enseña y exige, que comprende, espera y escucha. Un Padre que lo da todo sin pedir nada a cambio. Gratuidad absoluta. Un Padre que hace llover sobre justos y pecadores, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se salven. Tendremos que hacerle caso a quienes, desde el Dios que Jesús nos presen– ta, nos sugieren algunos caminos para encontrarlo: El camino de la negación. Todo lo que hay de limitado y defectuoso en las criaturas, lo tiene Dios de perfecto y justo. Es la fuente de la perfección a la que nos llama y nos empuja¡ El camino de la eminencia. Todo lo bueno, justo y hermoso que hay en las criaturas descansa en Dios, pero de modo eminente e ilimitado¡ Mfi■