BCCCAP00000000000000000000512
IV. -ANUNCIAR Al JESÚS DEL EVANGELIO El problema puede comenzar cuando los que hemos de ofrecerle a ese Hijo y desde Él al Padre nos acobardamos ante los improperios de quienes sim– plemente gritan más fuerte. De verdad, se nota un pudor a dar la cara por Cristo. Las nuevas generaciones depositan toda su confianza en los ídolos que la tec– nología les vende como invencibles. Se identifican de tal forma con ellos que pueden más sus sugerencias que los consejos y el testimonio de los padres. ¿Acaso los cristianos carecemos del empuje de una tecnología descarnada para dar testimonio de lo que hemos visto, oído y creído?. Pudiéramos estar lejos de la seguridad, la convicción y la alegría de los Apóstoles el día de Pentecostés. No arrastraremos a nadie desde el temor, la prudencia inne– cesaria, la inseguridad. "Lafe, nos dice López Azpitarte, no debe ser presentada como un peso des– agradable que nos fue impuesto, sino como un rico don de Dios que se acepta con libertad, alegría y gratitud, como auxilio valioso en nuestras limitaciones humanas, como faro brillante en nuestro camino... La fe nos hace crecer en humanidad". Muchos padres pierden a sus hijos cuando no ejercen sobre ellos ascendien– te alguno. La Iglesia puede llegar a la misma situación cuando no le habla al mundo con autoridad. Una "autoridad" como la de Jesús, que coordinaba perfectamente la palabra con el testimonio. Es posible que muchos de los llamados a despertar la fe en otros, lo hayan hecho desde el "poder" que la Iglesia les concede, y no desde la convicción personal. Deberíamos tomar en serio a Klopenburg cuando afirma: "No es el mensaje de la fe el que torna reticente la actitud del hombre secular ante nues– tra predicación, sino sus vehículos humanos. Por eso, lo que ha de ser cambia– do no es el contenido de la Je, sino sus ropajes. La concepción del mensaje la dejaremos tranquilamente a la acción del Espíritu Santo¡ pero la aceptación 1!§1
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz