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IV. - ANUNCIAR AL JESÚS DEL EVANGELIO María. Cayeron en el pánico. Una vez más, tenían la sensación de haber sido embaucados. Sin su presencia todo se les venía abajo. Aquél "hombre" que les había encandilado por su honestidad, terminó no estando a la altura que esperaban. No había respondido a las expectativas políticas y sociales que tenían en mente. Pero cuando la Magdalena les dice que el sepulcro está vacío. Cuando hace acto de presencia en la casa en la que estaban ocultos "por miedo", todo empieza a tener sentido. Su proyecto de vida, alejado del poder, del dinero y de la vanidad, parecía una utopía realizable. El Espíritu que el Maestro les prometió termina de acomodar el crucigrama. El hijo del hombre, aquel judío diferente, era el Mesías esperado. Al aceptar– lo como tal nace la fe. Ybrotan con la fe la fortaleza, la sabiduría, la capaci– dad de pensar en los otros más que en uno mismo. Salen a la calle, sin miedo a declararse seguidores de Aquél al que habían crucificado por "subversivo". No lo ven como el "revolucionario" fracasado, sino como el que viene a ofrecer otro modo diferente de devolverle la dig– nidad al hombre. "A partir de la fe en el Resucitado la vida del Jesús terreno adquiere una lu– minosidad especial, afirma F. Martínez. Ahora los discípulos comprenden la relación estrecha entre el Jesús que vivió en Palestina y el que fue resucitado por Dios. Es la misma persona. A partir de aqul avivan sus recuerdos del Jesús terreno y de su convivencia con Él". No hay duda, la aceptación de un Jesús que es al mismo tiempo el Cristo, el que vence a la muerte para presentarse como el esperado de las naciones, como el que tenía que venir para estrechar definitivamente los lazos entre Dios y los hombres, hace nacer en ellos la fe adulta, incondicional, suficiente para iluminar la mente y capaz de llenar el corazón. Una fe que no les permi– te tener miedo ni a quien se les declara perseguidor, ni al hambre o al frío.

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