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VIDUBlizar desde los signos de los tiempos con frecuencia preocupado e inquieto, pensando que no podía dar respues– ta a tantas obligaciones. Tenía por costumbre tomar un cafecito a las seis de la mañana y luego ir a la recoleta capilla del Santísimo. Oía en la calle los gritos de los niños que madrugaban para ir a su centro escolar, los salu– dos de los obreros que se desplazaban a sus labores, los comentarios de las madres que dejaban a sus hijos en el autobús y hasta las necedades de los borrachines que habían dormido en la plaza. Me preguntaba qué podía hacer yo por ellos. Pastoralmente estaban en mis manos. Me era imposible hacerles llegar a todos una respuesta oportuna y personalizada (eran más de cuarenta mil). Pero increpaba con familiaridad al Sagrario y al Cristo de la Misericordia que le servía de marco. Me limitaba a decir, como San Pablo: Todo lo he de poder en Aquél que me conforta. En– tendía que el Maestro era el más interesado en habitar en las almas de mis feligreses, que Él era realmente el párroco y yo su ayudante. En su nombre no podía menos que llenar las redes. -El verdadero rostro de Dios A lo largo de la historia han sido innumerables los debates y opiniones acer– ca del Jesús histórico y el Jesús de la fe. A muchos les encandila un hombre tan extraordinario como el Nazareno y les asusta alguien que se dice igual que el Padre y que existía "desde el principio". No faltan aquellos que se re– fugian en un Hijo de Dios impoluto, alejado de los escombros humanos. Martin Scorsese filmó una película con el título de "La última tentación de Cristo". A muchos les cautivó la oferta de un Dios que se enamora, que tiene hijos, que duda incluso de su misión y que entra en las cantinas a compar– tir una copa de vino con los contertulios. El rostro demasiado humano de Cristo, desde luego alejado del texto evangélico y de la fe, alegró a quienes veían reflejadas en Él sus propias limitaciones. Pero no conmovió a nadie. Pasolini fue invitado a un foro sobre el cine de valores, celebrado en la recoleta ciudad de Asís. En la celda franciscana que le ofrecieron para pasar la noche, lit■

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