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V8UUOliZ8r desde los signos de los tiempos En nuestra América Latina no vale el discurso, sino la presentación de un Cristo capaz de liberar de la esclavitud a los más postrados, y de sacar de su egolatría al poderoso. Un Jesús que ofrece el privilegio de ser hijos de Dios por encima de todo poder, que salva a los que están bajo el yugo de los fuer– tes y a estos de su ceguera. "Si en nuestros días no se mantiene este proceso de conversión al Evangelio, al otro, para Cristo y para nuevas formas de reali– zación del misterio cristiano, dice Boff, no habrá una auténtica evangelización que supere la mera expansión del sistema eclesiástico y evite la imposición de una nueva circuncisión de cuño occidental y romanizado... No se dará el en– cuentro con el hermano, sino tan sólo con el súbdito". A lo largo de la historia hemos añadido tal cúmulo de interpretaciones a la vida cristiana que la han desdibujado. Al insistir en determinados carismas hemos podido dejar a un lado otros igualmente necesarios. Hemos enreda– do a las gentes sencillas con elucubraciones seudoteológicas, que ni le van ni le vienen para ser buenos y amar a Jesús. La misma Iglesia puede llegar a considerarse sólo una institución y quienes la sirven funcionarios. Para hallar el meollo de la fe y de la vida cristiana, nos aconseja la carta a los he– breos que fijemos "los ojos en Cristo, el que inicia y consuma nuestra fe" (12 1 2). Los agentes de pastoral caemos frecuentemente en la rutina propia de cualquier profesión. Podemos constatarlo con relativa facilidad. Las comu– nidades animadas por sacerdotes entusiastas, fervorosos, que saben leer el Evangelio en los acontecimientos de cada día, que unen su oración personal a las inquietudes de sus fieles, procrean cristianos activos, militantes y res– ponsables. Los que se limitan a cumplir con lo que el Derecho les ordena, sin disgustar a sus superiores, se quejan luego de la languidez que afecta a la grey que se les ha encomendado. La ausencia de una mística, de una impronta evangélica en el corazón de los evangelizadores, de una oración sentida, se refleja pronto en la indiferencia de la comunidad. Y, desde luego, en su progresivo desentusiasmo.

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