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IV. - ANUNCIAR Al JESÚS DEL EVANGELIO Cristo y deseamos presentárselo. "Su postura, su sinceridad y su libertad, si– gue diciendo De Lora, son un ejemplo y un estímulo". Karl Rahner nos ponía en guardia ante el peligro que corríamos de caer en el monofisismo, y nuestros obispos en Puebla nos invitaron a ver el rostro de Jesús "en los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e in– terpela" (31). Y en Santo Domingo nos piden verlo reflejado en las personas pisoteadas y excluidas de nuestros días (9). En medio de un universo balbuceante, blasfemo, aturdido, los cristianos podemos llamar a la esperanza y a la libertad de los hijos de Dios. No será nuestra fuerza, ni serán nuestros propios dones, ni nuestra sabiduría los que cautiven. Si Cristo vive en nosotros y nos limitamos a darlo a conocer a los demás, entonces se comprobará que "Dios ha elegido lo que el mundo con– sidera necio para confundir a los sabios¡ ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes¡ ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo" (I Cor 1 1 27- 28). Cuando el mundo y la Iglesia no se entienden porque ambos andan en crisis, de crecimiento unas veces, de estancamiento otras, la única opción para los cristianos es regresar a Cristo. Sólo Él nos prestará la luz necesaria para des– pejar las tinieblas, las dudas y los temores. Jon Sobrino, que conoce como nadie los senderos que ha de seguir la evangelización en América Latina, afirma desde la experiencia: "Siempre que el cristianismo ha estado en crisis, los más lúcidos han vuelto a Jesús de Nazaret y, específicamente, a su segui– miento...Jesús es quien salva al cristianismo, y el seguimiento de Jesús es el que nos hace cristianos. El Espíritu es la fuerza de Dios para que en verdad seamos "seguidores", "hijos del Hijo". Ser cristiano, en definitiva, significa seguir a Jesús, incluso antes que a su doctrina. Y este seguimiento implica: conocer el talante de Jesús, contenido fundamentalmente en el sermón de la montaña y en las últimas palabras de perdón, misericordia y confianza en el Padre, pronuncidas en la Cruz; hacer- lÍf f

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