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V8UUOliZ8r desde los signos de los tiempos Benedicto XVI recoge el lema en su encíclica DIOS ES AMOR cuando nos dice: "Hemos creído en el amor de Dios: así puede el cristiano expresar la op– ción fundamental de su vida". Un amor reflejado en la persona de quien nos ha mostrado visiblemente ese AMOR. Tiene que sucedemos lo mismo que a los dos discípulos de Juan que, vien– do a Jesús, le preguntaron dónde vivía. Les invitó a conocer su "morada" y decidieron permanecer a su lado. Jesús no tenía entonces un asiento fijo en ningún lugar. Al quedarse con Él lo tomaron a Él mismo como casa de habi– tación. El impacto fue tan decisivo que uno de ellos nunca olvidaría la hora exacta en que tuvo lugar aquel suceso que cambió para siempre sus vidas. A ellos dos y a los demás discípulos les preguntaría con el tiempo Jesús: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?"(M. 16 1 15). Y, de alguna manera, le con– testaron todos a una: ¿A quién vamos a ir?Tú tienes palabras de vida eterna porque Tú eres el que tenía que venir al mundo para recuperarlo. Cecilia de Lora, uno de los comentaristas más acertados de Aparecida, toca este tema de la cercanía y la relación personal con Jesús, diciendo: "¿Qué buscamos cuando nos acercamos a Jesús? ¿De qué Jesús hablamos cuando hablamos de Jesús? Se trata de recuperar a Jesús antes de que el cristianismo, y más tarde la cristiandad, nos lo vaciaran. Conocer su historicidad, tan obviada durante siglos, nos permite conocer mejor su di– vinidad y expresar este dogma con un lenguaje asequible a la cultura con– temporánea. Por ahí discurre uno de los grandes desafíos para la Iglesia de Jesús en nuestro tiempo". El gran maestro Cangar nos aseguró que es más importante vivir de interro– gantes profundos y duraderos que de respuestas superficiales y pasajeras. El mundo de hoy, en cierto modo adulto, pero siempre disconforme, nos emplaza con preguntas radicales. Como los Apóstoles les haremos saber que no tenemos ni oro, ni sabiduría, ni plata para responderles, pero sí a