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V811081izar desde los signos de los tiempos Me decía uno de nuestros más perspicaces obispos que varios de los sacer– dotes y laicos que había destinado a los medios, después de haberles propor– cionado un adiestramiento a fondo, no terminaban de cuajar. En este terreno lo que no da la naturaleza no lo puede suplir fácilmente la instrucción acadé– mica. Se trata de contar con quienes disponen de dotes especiales y regla– mentarlos para que hagan de voceros. Y se trata de permitir que quienes nos representen gocen de una elemental confianza. Nadie puede hablar con na– turalidad, dialogar con franqueza y expresar lo que realmente siente si adivina que frente a la pantalla está el jefe con cara de inquisidor. Por tenerle miedo a los más atrevidos y eficaces, caemos en el horror de confiar la tarea a medio– cres, indecisos, palabreros y pacatos, que nos dejan muy malparados. Resulta contraproducente la presencia de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos cuando se erigen en avasalladores y se duelen al ser tocados con el pétalo de una mínima contradicción. Firmemente convenci– dos de que llevan en su alforja toda y nada más que la verdad, aún en asun– tos sujetos a revisiones, caen bajo la simpleza de sus pretensiones. Cristo nunca habló tan infaliblemente como suelen hacerlo hasta los sacris– tanes cuando se encuentran frente a una cámara o un micrófono Sin ceder un ápice en sus convicciones tuvo la paciencia de escuchar a quienes le ad– versaban y de ofrecer su mensaje como una invitación. No debe la Iglesia escandalizarse de los temas que más frecuentemente se abordan. Lamentablemente, suelen ser los que con más avidez cautivan a los espectadores. Nada se opone a que exponga con agilidad, respeto y fir– meza su análisis. Los espectadores y los oyentes sabrán sacar más tarde sus propias conclusiones. -Ofrecer con respeto nuestras convicciones Tampoco debe la Iglesia pensar que está siempre en lo cierto y que todos los que la conforman han de pensar lo mismo. W. Lippmann decía que "cuando lfi=i

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