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desde los signos de los tiempos dad. Si nos quedamos en el anatema y no en darles la vuelta necesaria, la religión acabará siendo otro simple producto de la dieta diaria. No hemos de olvidar que el laicismo en el que ya militan los dirigentes de muchos países y por el que abogan las nuevas legislaciones, está empeñado en ir suplantando las creencias por la ciencia, la tecnología y una legislación puntual. Los que asumen el poder como un cheque en blanco que les per– mite tomar decisiones sobre todo y todos, simpatizarán con la religión si aprueba sin rechistar sus proyectos. Pero el pueblo ingenuo con el que aún contamos parece dotado de un sexto sentido que le permite distinguir una religión apta para la vida y libre de fal– sas acomodaciones, de otras formas de culto vacías o manipuladas. Como diremos más adelante, el secreto consiste en poner a los fieles en contacto personal con Cristo. FAMILIA La postmodernidad ha provocado una crisis desconcertante en la farnilia. Sabiendo que hasta el presente ha sido la célula básica de la sociedad, la que contiene el más visible sentido de pertenencia y la que inculca hábitos, tradiciones y costumbres en los individuos, muchas ideologías y estrategias políticas se han propuesto conculcarles ese poder. Han comenzado por cuestionar el mismo concepto de familia. Ya no es el que la misma naturaleza nos ha sugerido. Mucho menos el que han santifi– cado las religiones. En pocas palabras, para la postmodernidad familia es la que cada individuo juzgue como la más apropiada para él. ¿Quién ha dicho que deben conformarla siempre un hombre, una mujer y los hijos? Si lo de– cisivo es la simpatía y la atracción que sientan dos personas, ¿qué necesidad hay de formalizarlas en el juzgado o en la iglesia?. Sabemos que en algunos países la ley considera tan matrimonio al confor– mado por dos personas de diferente sexo, como al compuesto por otras dos ■B·E
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