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V30081iZar desde los signos de los tiempos Nuestra religiosidad popular hace referencia a un Dios lejano y familiar a la vez, amoroso y terrible si llega el caso. Y se "produce" desde una Iglesia que abre espacios para el desahogo y el consuelo. Todo esto en el contexto de un sincretismo que no encuentra oposición alguna entre el tabú y el dogma, entre los ritos cuyo origen se pierden en el tiempo y la celebración de los principales misterios de la fe. A primera vista podemos avizorar diversas tendencias dentro de la religio– sidad, que van desde la que profesa la mayoría, aferrada a las prácticas tra– dicionales de un cultualismo alejado del resto de las actividades, hasta la de quienes se refugian en un misticismo que tiende a sacralizarlo todo, pasan– do por la de grupos que en un pasado reciente (y en algunos focos todavía hoy) la han asumido como pólvora para el compromiso social y político. La globalización nos ha ido sugiriendo algunos ejercicios o prácticas rituales, inspirados en filosofías lejanas, que no persiguen otro fin que despertar la au– toestima y mejorar las relaciones con el entorno, tratando de alejar al practican– te de cuanto le perturba. Algunos han incorporado parte de estos métodos a la espiritualidad cristiana y otros han terminado casi diluyéndola en ellos. Si deseamos purificar la religiosidad de nuestras gentes del sincretismo con– fuso, heredado de sus ancestros y al mismo tiempo de las nuevas religiones a la carta e intimistas, hemos de tener en cuenta lo que nos señala el Informe CELAM tantas veces citado: "La religiosidad latinoamericana se fundamenta menos en lo dogmático y doctrinal y más en lo afectivo y ritualista. Esta carac– terística la hace muy vulnerable frente al sincretismo, con una desvinculación entre moral y dogma que produce un tipo de cristiano que vive alJe a su modo, empleando sólo algunos aspectos de la religiosidad". -Lafe de nuestro pueblo Desde esta preocupación invito a mis lectores a detallar algunas de las ma– nifestaciones de la fe del pueblo: