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vangellzar desde los signos de los tiempos El relativismo casi tontamente se ha ido adueñando de las conciencias. En– candilados por las responsabilidades de las que dispensa muchos acaban metiendo en el mismo saco de gatos los dogmas y las supersticiones, el pensamiento de San Agustín y las runas vikingas de la bruja de la esquina. Todo lo que sucede, se cree o se vive, ni es bueno ni es malo, ni es verda– dero ni es falso. Simplemente puede ser lo uno o lo otro, pero nunca lo indiscutible. La nueva evangelización tiene que ser, ciertamente, diferente en ardor, en– tusiasmo y métodos. Pero no logrará ir muy lejos si obvia las nuevas circuns– tancias en que debe llevarse a cabo. No se trata de ilustrar la ignorancia, sino de responder a quienes proclaman, sin pudor, que todo lo que vaya más allá de la ciencia y la tecnología es una quimera. Alguien ha recalcado que la novedad del cristianismo choca con el envejeci– miento de la Iglesia. Pocos se atreven a "desprestigiar" a Jesús y casi todos tienen algo que reporcharle a la Iglesia ¿Seguiremos pensando que todo se debe al enemigo malo que siembra cizaña en las noches y no a la terquedad con que se oponen muchos a salir a la calle y responder francamente a quie– nes hacen muchas preguntas? Me daré por satisfecho si estas páginas logran poner en guardia a quienes han sido llamados a crear verdaderas "comunidades de hermanos" en Ve– nezuela. Y si llegan a entender que, más allá de los que frecuentan nuestros templos y nos miman, hay todo un mundo confuso, a punto de saltar la ta– lanquera. El día en que dejemos de perder el tiempo en menudencias y nos decida– mos a agarrar el toro por los cachos, el Buen Pastor saltará de gozo al lado del Padre. Porque entenderá entonces que en Venezuela la Iglesia tam– bién está dispuesta a hablarle al "hombre nuevo" (Ef. 2, 15), a entonarle

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