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- 337 - a orillas del río, para que no fuese devorado del pez... volad presurosos a las riberas del Caroní, para librar a los siervos del Señor de los dientes, no de los monstruos acuá- ticos, sino de unos feroces racionales que degradan a su especie; apartadios. pero no, pues que los privareis del glorioso lauro que ha de coronar felizmente sus evangélicos trabajos, asistid si, sed espectadores de la lucha de los que en breve serán vuestros compañeros en la gloria inmortal; confortadlos hasta el último momento; enjugad sus copiosas gotas de sudor mortal, sostened sus cuerpos, que abrumados bajo el peso de su dolor se estremecen luchando con la muerte, míentraá aquellos sanguinarios satéli- tes redoblan sus esfuerzos, vibran furiosamente las espadas y lanzas, multiplican los golpes, aumentan las heridas penetrando hasta lo, último de las entrañas, y haciendo volar al aire con las gotas de su sangré los fragmentos de su carne. 10hi cuan excesivo es el dolor, la amargura .y el tormento de nuestros padres misioneros! Allí el joven con ci anciano, el decrépito con el robusto, todos van perdiendo ya el uso de los sentidos y cediendo a la violencia del 'dolor; ya aparecen los últimos. accidentes y 'convulsiones mortales, ya inclinan sobre el pecho sus lánguidas cabezas, ya con voces moribundas encomiendan a Dios Padre su espíritu, ya cierran los ojos y les falta el aliento, ya exha- lan el último suspiro, ya... oyentes míos, ya murieron nuestros Misioneros, ya se eclip- saron las lumbreras de la Providencia de Guayana. Toda la Iglesia católica y hasta el trono mismo de nuestro adoado Fernando VII, se ha estremecido y resentido de es'te terribilísimo golpe de la muerte (1). ¡Proterva insurrección! ¡execrable monstruo de la anarquia! ¡Quien no te aborrece con implacable odio a vista de tan horreádas escenas, frutos naturales de tu corrompido seno¡ Mas hechemós ya un espeso velo a tanta trage- día, abandonemos tan lastimoso espectáculo, salgamos de un teatro de tanto horror, consolándonos en la perspectiva gloriosa del honor. SE GUNDA P ARTE Dios, nuestro soberano Dios, cuya Providencia todo lo dispone fuerte y suave- mente, segun frase de la Sabiduria, siempre ha juzgado mejor, dice San Agustín,, sacar bien de los males que dejar de permitir mal alguno. Registrad las hojas de la Escritura Santa, y reparareis su particular conducta con aquellos insignes héroes que tuvo a bien honrar y glorificar; vereis que los principales honores con que los decoró, les resultaron principalmente de las tribulaciones y penas; en medio de ellas resplandecieron sus triun- fos, como el lirio entre las espinas. Un Job, un 'fobias y un José, un Moisés, un David y un Isaías, un Jereinias, un Daniel y una Susana; ¿como los viéráinos exaltados a la cumbre de las glorias y laureles con la brillante claridad de amigos de Dios? ¿como per- cibiría el mundo la fragancia de sus virtudes, a no haber sido estas combatidas por los furiosos vientos de la contradicjon, que sacudiendo sus plantas extendieron por todas partes sus aromáticos olores? Apóstoles, Santos y mártires gloriosos, confesores sagra- dos, vírgenes cándidas, almas todas segun el corazon de Dios, no hubierais sido tales ni respetaran los siglos el heroísmo de vuestra virtud y fidelidad, si las cruces y las pa- rrillas, loj pedriscos y las séquias, las asperezas y aficiones no la hubieran acrisolado y realzad si combatiendo con vosotros la divina gracia no os hubiera honrado hacien- doos triunfar de los mas fieros enemigos. ¿Que mayor gloria, piles, que mayor honra, que mayor dicha queriais concediese Dios a nuestros Misioneros de Guayana, que el asemejarlos en algun modo a los Santos, Apóstoles y Mártires del Señor dirigindoios por los mismos senderos? ¿Que Importa que la tribulacion y la angustia, el hambre y a desnudez, la persecuclon y el peligro, el' cuchillo, por fin, como golpe decisivo de su prolongada muerte los hayan embestido como olas las mas furiosas? pruebas son estas con que ha querido nuestro buen Dios glorificar su apostolado; por este fuerte y suave medio los ha colocado en el rango de sus triunfadores y amigos. Si yo no temiera prevenir el juicio de la Iglesia Santa, que rendidamente venero, me atrevería, por cierto, a colocar nuestros héroes en aquel dichoso catálago de Beatos de que nos habla la Santa Escritura, que padecieron persecución por la justicia; verda- (1) Ia Tgessia, por los muchos hijos que ha de perder precisamente ño aquellos remotos paises, hasta que uedan entrar otra vea nu,evos sacerdotes a ejercer sus apostólicas funciones; el trono, por los incalculables daños y trasos que le resultan de la pérdida de unos hombres que habla,, sido siempre sus columnas en aquella Provincia de. uayana, que es sin duda una de las mes interesantes, por ser como una puerta de CostaCrme.

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