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- 239 - •Método que observan los religiosos para congregar a los indios, lii método que observan los misioneros, es el de hacer entradas en tiempos opor- tui s a los montes y bosques en que prudencialmente se cree haber indios co sus can- cht ts y guardas, a que hacen ventaja las habitaciones que muchos brutos saben pro- po ionarse. De aquí los sacan y, acariciándolos COL) herramientas, vestidos y abalo- rio los conducen hasta el lugar que a ellos les parece más aparente. Pero aun es más co n el que, obligados ele la necesidad o porque se les han consumido las herrainien- ta vestidos, que en otro tiempo sacaron de los Padres, o porque oyeron decir y han vis que sus vecinos y parientes tienen ciertos instrumentos eón que fácilmente se de- rri 1 árboles y fabrican magníficas casas, pescan en los ríos sin necesidad de envene- na .1 agua con yerbas, y finalmente ven libres del hambre y desabrigo, ellos mismos- cos uciclos por esta propensión natural del hombre de satisfacer sus necesidades y pro- Po ionarse las posibles comodidades, salen a buscar al Padre. Pero igualmente instrui- do., de que nada de ésto se les dará sí no se sujetan a aprender la doctrina, desde luego ab zan el partido piden al misionero doctrina y herramientas. El celb por la propagación del Evangelio, con que por lo general se hallan anima- do,, estos Padres, les hace recibir con gusto la proposición, y sin perdida de momento agr'gan sus indios al pueblo ya fundado o fundan otro, si son de distinta nación. Y fa- bricdas casas e iglesias, trat:an de instruir por mañana y tarde a sus catecúmenos que, sic, do por lo menos común rudos y de tarda comprensión, redoblan su eficacia y alar- gan.io las horas destinadas a la enseñanza de la doctrina. Entre tanto los indios no cc- sa; de pedir vestidos, machetes, cuchillos y demás que se les prometió y que los deter- mi . a dejar sus bosques, y el misionero, sea de lo que se concurre del real erario para est s gastos, o sacrificando parte de los sínodos que le están asignados para su subsis- ter, ja, los va contentando hasta surtirlos de todo lo necesario. Fugas ordinarias de los indios. Pero desde este momento ya es menos frecuente la subsistencia de los indios, ninguna la atención y aplicación, y general el disgusto y susurro contra el Padre, y por lo común suelen desaparecer en una noche con sus mujeres y sus hijos, llevando consi- go cuanto se les había dado, y aun pegando fuego no pocas veces a su salida a la po- blación, maltratando a los misioneros. Entonces, viéndose solos y sin feligreses, resuel- ven ir a otros montes y otros bosques a juntar nuevos indios y, experimentados ya piden escolta para estorbar semejantes fugas. Precauciones de escoltas para impedir con el temor ij el respecto las transmigra- ciones de los indios. Ck este motivo se han costeado de la real Hacienda estas escoltas, porque ha enseñado la experiencia que ellas son el 'único medio de arraigar a los indios en un pue- blo, aunque siempre se experimentan muchas y muy lastimosas transmigraciones para conseguir un formal establecimiento. Tal es la conducta que se observa con los indios, y tales los progresos de su re- ducción a vida hábil y religiosa, tan recomendada por las leyes y cédulas reales, Pero yo me atrevo a decir que, mientras no se prueben otros medios más análogos a lanatu- raleza del hombre, ni habrá socorros, escoltas ni regalos bastantes para sacar este ne- gocio interesantísimo a la religión y al estado, de una ruinosa lentitud. Porque en efec- to unas naciones vagas e inconexas aun entre sus mismas familias, sin pactos ni nece- sidades que las unan, verse repentinamente sujetas no solamente a las leyes generales del estado social, sino a una vida regular y uniforme, obligadas a seguir la vox de los misioneros, siempre propensos a la misma exactitud y subordinación por un efecto de su educación claustral, unas naciones que por su absoluta barbaridad ni aun son idó- latras, permaneciendo las más sumergidas en el ateísmo sin el más leve principio de moral que dirija sus acciones, pretender transportarlas desde luego al conocimiento de la sublime moral cristiana que ni alcanzaron Epitecto ni Séneca, unas naciones Igno- rantes de la lengua de sus reductores y éstos de la suya, verse obligadas por cuatro o

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