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81 * a la par que crecían las exigencias del medio ambiente y las necesidades comunes (i). Tampoco se olvidaron los misioneros de proteger a cada uno de los indígenas; por esta razón velaron continuamente por la existencia y la vida de cada uno: unas veces, aconsejándoles en las necesidades ordinarias; y otras, en las mayores, como en el peligro dé mutilación y principal- mente de la vida, etc. La falta de reflexión pudiéramos decir que es cosa propia del salvaje, y aseguramos al lector que nunca olvidaremos la impresión que nos causaba cada uno de los civilizados con quienes tratábamos durante las primeras semanas de nuestro arribo a Maracaibo, después de haber pasado algún tiempo en trato familiar con los indígenas de la Goagira venezolana; es el caso que llegábamos a medir, hasta involuntariamente y por los dos términos de comparación ya conocidos, el grado de civilización que correspondía a cada uno, según la manera particular de conducirse y por las ideas manifestadas. Fuera de eso, el indígena lo mismo es inerte que pródigo, lo mismo deja de trabajar, que malbarata lo que adquiere, aunque sea a fuerza de mucho trabajo; pero este modo de proceder, sobre todo en los padres de familia, tenía al misionero continuamente en jaque; para mirar por la existencia de todos, muy princi- palmente de los débiles en edad, en fuerzas y en ingenio; y también para contrarrestar el lujo o la bárbara costumbre de los salvajes, quienes malgastaban en un día el trabajo de mu- chos, con el abandono increíble del sustento de sus hijos y de su mujer, y del cuidado de la salud y de la vida; por no privar- se del apetito desordenado de comer y de beber, de ver y de sr vistos (2), propensiones que los misioneros tampoco olvida- ron para estimular al trabajo a los indios, sosteniéndolos en el justo medio y enderezándolos al debido orden en todas las cosas. Otra de las grandes dificultades que encontramos en las misiones y que los misioneros tuvieron que vencer, fué la nati- va pereza y casi suprema flojedad de los salvajes: ante esta (x) Ibid. Archiv, Nac. de Venezuela, 1728-1734. (z) Esta es una de las mayores alabanzas de los salvajes y lo dicen en los discursos fúnebres.

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