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65* fomentar entre ellos los hábitos de la suavidad y de la cultura evangélica, para hacer de ellos buenos ciudadanos y excelentes cristianos. Por otra parte, la guarda incólume de los derechos indivi- duales pide y requiere en primer lugar la conservación de la vida propia y de la ajena, y de más está decir que los misione- ros tomaron el mayor interés por fijar bien en el ánimo de los indios este asunto capital. Para lograrlo, después de inculcarles que la vida es un don otorgado por Dios, no como cosa propia, sino como en préstamo, los instruyeron en la defensa legítima de ella, y que en caso de una agresión injusta, el individuo particularmente tiene derecho a la defensa de su vida; que si el agresor fuese justo, todos los derechos quedan a favor de la justicia; que aun del injusto agresor, sí se puede huir sin peligro propio o de los suyos, es mejor hacerlo: que en ningún caso es lícito matar al injusto agresor cuando se le puede inutilizar sin matarle, como hacerle impotente para que no pueda ejecutar el _mal que pretende, de suerte, que, pudiendo, siempre se le conserve la vida, aunque se le obligue a perder otras partes no necesarias a ella; lo que sólo es propio de ánimos generosos, esforzados y valientes y de pechos nobles. Para cuando no se puede conservar la vida propia en contra de un injusto agresor, es lícito proceder a la defena. De este modo los misioneros procuraron ilustrar a los indígenas para hacer de ellos ciudada- nos dignos, católicos sinceros, y hombres de valor y de orden. Cuanto al duelo como parte del salvajismo, lo proscribieron denodadamente por no ser, en buena lógica, medio adecuado çira defender la verdad, ni la religión, ni el honor: de hecho, según el apotegma español, cias armas no han de dirigir la razón, sino la razón a las armas». Los cánones de la Iglesia, que son los que interpretan mejor que ningún otro código la ley natural y la ley eterna, lo han prohibido denodadamente a los fieles en todos los siglos. Y, ciertamente, qué tiene que ver la probidad y lo honesto, la religión y la verdad, ni la afrenta, ni el honor, con la lucha privada de aquellos que se baten y derraman sangre o se matan, y en donde puede ser muerto el que tiene toda la razón y todo el honor, quedando ileso el culpable, o sin derramar gota de

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