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63* tierra es la veracidad, de suerte que el grado de cultura indivi- dual podemos conocerlo por la veracidad y el respeto que todo individuo debe a los demás en todo momento. De hecho, los misioneros educaron a los indígenas en la práctica de la verdad como uno de los mayores bienes comunes del hombre, conside- rando siempre a la mentira y el engaño como cosa antinatural y por ende antisocial: para los misioneros, la mentira era como la obscuridad, y la verdad como la luz; acaso por eso es célebre el dicho popular que «donde está la verdad está Dios» (i). Con todo, al enseñar a los indígenas este amor a la verdad, podemos asegurar que los instruyeron en aquel principio de que no siempre estamos obligados a decir toda la verdad, y que aun podemos y a veces debemos ocultarla y permitir que otros se equivoquen; de hecho, la mentira sólo se cometecuando lo que se dice no está conforme con lo que se piensa, y que por eso mismo son lícitas las estratagemas para la legítima defensa, etc.; y, finalmente, que si podemos ocultar la verdad cuando se trata del bien comt'in y los encargados de velar por él nos la exigen en nombre de la verdad infinita que es Dios, estamos obligados a manifestarla para beneficio de los demás: de esta manera, los misioneros enseñaron a los indígenas la fuerza del juramento, que es uno de los más grandes deberes religiosos y sociales del hombre: e No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano» (2). § II (i) Nunca olvidaremos la admiración de los indios guajiros al explicarles el 8.0 mandamiento de la Ley de Dios, quienes después de reirse a carcajadas por largo rato y preguntada la causa de su risa, respondieron: <Nos reímos porque eso de no mentir, nunca lo habíamos oído —histórico—: por donde parece que el hombre es tanto menos amante de la verdad cuanto e m salvaje o inculto. (2) Exod. 30. 7. Así como todo individuo debe a sí mismo la honestidad, la dbe también a los demás, y forzoso es decir que los misione- ros velaron con el mayor esfuerzo por que se observara en todo su conjunto entre los indígenas, puesto que ni al individuo ni a la sociedad conviene excitar demasiado las pasiones ni colocarlas fuera del orden, y cada uno tiene perfecto derecho

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