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30* y honores, aun merecidos, ni en la fama, ni en el poder y el mando, ni en el valioso cúmulo del saber, ni, finalmente, en la virtud, ni en todos los bienes juntos, sino precisamente en el Bien infinito, es decir, en Dios, que es el fin absoluto y último, digno de ser deseado eternamente y en donde la voluntad humana halla su último término y por el cual todas las otras cosas pueden desearse, apetecerse y quererse, como sirvientes que ayuden a llegar al término total, al fin último de la especie humana. En una palabra, los misioneros no separaron el fin último de la naturaleza humana del fin general y aun particular del hombre en la presente vida, para el gobierno y civilización de los indígenas; no lo separaron de la tierra, sino que sin dejarla enseñaron a los indios que todo hombre tiene un fin cierto en este mundo, y que por eso mismo, cada individuo debe trabajar por conseguir la felicidad, aunque imperfecta, en la tierra, sin pararse totalmente en lo mero útil,deleitoso y conveniente, ni en lo mero honesto, sino dirigiendo sus acciones hasta confor- marlas con las intenciones del Creador. Por esta sublime pedagogía, los misioneros llegaron a levantar el ánimo del salvaje sobre sí mismo, dignificáronle en su interior y lo elevaron al conocimiento y deseo de gozar de ese Supremo Bien en donde solamente se encuentra la felicidad y la bienaventuranza formal y sin tasa; bienaventuranza que todos los hombres, inclusos los mismos indios, estaban llamados a conseguir si querían obrar según el orden establecido por Dios, quien no pide cosa alguna superior a la fuerza del hombre. La perspectiva que con estos conocimientos ponía el misio- nero delante/de los indígenas vale por todas las enseñanzas y se siente obligado el ánimo a bendecir la obra colosal de los misioneros, quienes así se conducían maravillosamente con el alma del salvaje.

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